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martes, 1 de marzo de 2011

DEMOCRACIA

Democracia y relativismo



En mi opinión, la democracia puede y debe llegar ser la mejor forma de gobierno, en el que de algún modo participan todos los ciudadanos, fundados en unas cuantas verdades asequibles que no son relativas, sino absolutas.


Hoy, en Laverdad.es aparece un artículo –"correo electrónico"- con el que no puedo estar de acuerdo en absoluto, al menos en la letra, puesto que desconozco la intención (quizá escriba irónicamente, y por eso hable de "democracia "vacía"). Transcribo y después comento:
Democracia vacía


Clemente Ferrer Roselló/CORREO ELECTRÓNICO


El concepto de democracia parece estar unido con el relativismo, que se presenta como la verdadera garantía de la libertad. Por lo tanto no puede admitir, para que sea un relativismo democrático, los valores trascendentales no caben, una democracia vacía necesita hombres sin convicciones, seres ágiles, ligeros, liberados de todo valor moral y sin ningún escrúpulo. [...] El demócrata no debe creer en nada. Debe ser desconfiado, incrédulo, indiferente, desinteresado y frío. Es necesario creer firmemente en la necesidad de no creer en nada. He ahí el superficial imperativo democrático.



En la democracia vacía no tienen cabida los valores absolutos o trascendentales, las convicciones firmes y los principios indomables. El único valor incuestionable es el bienestar. Renuncia a comprometerse con la dignidad del hombre y los derechos humanos. La más alta garantía democrática es la frivolidad. Hay que renunciar a los principios, vivir superficialmente ya que tomarse algo en serio significaría creer en ello, y la creencia es intolerancia potencial, es decir, antidemocrática.



El paradigma ético de la democracia vacía sanciona la fluctuación como base de la vida. Esa actitud desconoce el significado genuino de la perspectiva ética, sin la que el discurso moral se convierte en retórica insustancial. Cuando se cree exclusivamente en el éxito, el dinero, la fama, el poder o el goce, los principios morales tienden a separarse del principio que los fundamenta. Dejan de ser valores absolutos y se convierten en estrategias de acción acomodadas a las circunstancias.






Suele decirse irónicamente que la democracia es el sistema menos malo de gobierno. En mi opinión la democracia puede y debe llegar a ser la mejor forma de gobierno, el gobierno en el que de algún modo participan todos los ciudadanos, fundados en unas cuantas verdades que no son relativas, sino absolutas; de lo contrario no cabría hablar de "demo-cracia". Los valores absolutos que necesariamente han de reconocerse como fundamento pueden reducirse a los siguientes:




1) la dignidad inviolable de la persona humana como tal –en singular y en cualquier situación en que se encuentre;


2) el valor de la libertad, inherente a la persona humana como tal;


3) la existencia de la verdad;


4) la capacidad de conocer la verdad;


6) la limitación de la persona singular en el conocimiento de la verdad; la persona puede conocer la verdad, aunque parcialmente;


5) la capacidad de comunicar la verdad conocida y compartirla;




6) la posibilidad y necesidad de dialogar sobre la verdad práctica: el bien común a realizar;


7) la posibilidad de gobernar arbitrando medios que no ofendan a quienes, sin compartir nuestras ideas, compartan los supuestos anteriores y sus consecuencias fundamentales (léase, por ejemplo, los Derechos humanos firmados por muchos países en la ONU).






Estas pocas verdades o valores son asequibles a todos; son valores absolutos y suficientes para fundar un régimen democrático en el que cabemos todos. Otra cosa es que lo que nos quieran vender unos cuantos sea una democracia aparente, demagógica, en la que cabe un solo partido con una ideología determinada y excluyente; lo cual equivale a fanatismo (un curioso tipo de mesianismo en el que todo vale). Sin valores absolutos, no hay siquiera valor para defender la democracia. El utilitarismo es la alternativa: utiliza a la persona, la cosifica, la sacrifica en aras del dios Estado. Ahí tenemos la Historia. En este caso, no habría más remedio que dar la razón al articulista citado. El relativismo no sólo no es fundamento o garantía de la democracia: es su carcoma.













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