La sexualidad no se presenta sólo con las características de amplitud antes mencionadas. Además de esa amplitud, la sexualidad tiene una característica decisiva que es su importancia. El fundamento de esta importancia podría situarse en la vehemencia de los impulsos que desata en la persona, pero, en última instancia, la densidad de la significación humana de la sexualidad hay que situarla en la vinculación de la sexualidad con el origen empírico de cada persona humana. Cada hombre existe, toma su origen, en el ejercicio de la sexualidad por parte de sus padres. La importancia de la sexualidad está, pues, estrechamente vinculada con la conciencia del carácter único que tiene la persona, y depende de ella. Es la advertencia de la misteriosa singularidad de cada persona, más o menos explícita, más o menos expresada, la que reclama para su origen una forma misteriosa y, en definitiva, trascendente. Si cada persona se presenta como dotada de libertad, es decir, como un ser inédito, único e indeducible de las circunstancias anteriores, entonces la persona no es un simple trozo de la naturaleza, es algo más, y su origen no puede entenderse como completamente inmerso en los meros procesos naturales por medio de los cuales la materia se multiplica, y las causas naturales actúan. Por supuesto que no todas las culturas han dado una expresión suficientemente adecuada y exacta de la dignidad humana. Incluso es posible que hayan tenido explicaciones muy ambiguas de la realidad de la libertad humana. Sin embargo, la conciencia implícita de la peculiar singularidad humana es innegable. Justamente por esto el origen del hombre singular había de ser dotado de un carácter misterioso, que trascendía la pura causalidad mundana y reclamaba la intervención de fuerzas superiores. Siendo, por otra parte, evidente que el origen de la persona era causado por el ejercicio de la sexualidad, la sexualidad misma había de ser considerada como manifestación de una fuerza trascendente. Evidentemente, la sexualidad es una potencia existente en el hombre, pero no es una potencia creada por la racionalidad humana; de ahí el origen de la consideración religiosa o divina de las fuerzas humanas naturales contenidas en su potencial sexual.
La sexualidad no se presenta sólo con las características de amplitud antes mencionadas. Además de esa amplitud, la sexualidad tiene una característica decisiva que es su importancia. El fundamento de esta importancia podría situarse en la vehemencia de los impulsos que desata en la persona, pero, en última instancia, la densidad de la significación humana de la sexualidad hay que situarla en la vinculación de la sexualidad con el origen empírico de cada persona humana. Cada hombre existe, toma su origen, en el ejercicio de la sexualidad por parte de sus padres. La importancia de la sexualidad está, pues, estrechamente vinculada con la conciencia del carácter único que tiene la persona, y depende de ella. Es la advertencia de la misteriosa singularidad de cada persona, más o menos explícita, más o menos expresada, la que reclama para su origen una forma misteriosa y, en definitiva, trascendente. Si cada persona se presenta como dotada de libertad, es decir, como un ser inédito, único e indeducible de las circunstancias anteriores, entonces la persona no es un simple trozo de la naturaleza, es algo más, y su origen no puede entenderse como completamente inmerso en los meros procesos naturales por medio de los cuales la materia se multiplica, y las causas naturales actúan. Por supuesto que no todas las culturas han dado una expresión suficientemente adecuada y exacta de la dignidad humana. Incluso es posible que hayan tenido explicaciones muy ambiguas de la realidad de la libertad humana. Sin embargo, la conciencia implícita de la peculiar singularidad humana es innegable. Justamente por esto el origen del hombre singular había de ser dotado de un carácter misterioso, que trascendía la pura causalidad mundana y reclamaba la intervención de fuerzas superiores. Siendo, por otra parte, evidente que el origen de la persona era causado por el ejercicio de la sexualidad, la sexualidad misma había de ser considerada como manifestación de una fuerza trascendente. Evidentemente, la sexualidad es una potencia existente en el hombre, pero no es una potencia creada por la racionalidad humana; de ahí el origen de la consideración religiosa o divina de las fuerzas humanas naturales contenidas en su potencial sexual.
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